Origen y creación

La Barcelona de 1900

En 1900, cuando se inició la construcción del Park Güell, Barcelona era una metrópolis moderna y cosmopolita que basaba su economía en la potencia de su industria y que superaba el medio millón de habitantes. Ya hacía casi medio siglo que se habían derribado sus murallas y la ciudad nueva, el Ensanche proyectado por el ingeniero Ildefons Cerdà, había crecido de manera espectacular a partir de 1860. Fue la mayor operación urbanística del siglo XIX en Europa.

Interior del Pórtico de la Bugadera, © Colección Ernesto Boix. Cercle Cartòfil de Catalunya

“Interior del Pórtico de la Bugadera,
©Colección Ernesto Boix. Cercle Cartòfil de Catalunya.”

Ildefons Cerdà  había estudiado a fondo las dificultades del crecimiento moderno en la Barcelona amurallada y el impacto que suponían los cambios tecnológicos, en especial, el ferrocarril. El plano de su propuesta de Plan de Ensanche multiplicaba por diez la superficie de Barcelona y era fruto de una visión práctica de la ciudad. Cerdà concebía el plan como un instrumento flexible para propiciar, con espíritu reformista, la formación de una ciudad moderna que fuera más eficaz, más saludable y más justa.

La expansión de Barcelona fue muy rápida a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y el Ensanche fue extendiéndose por la llanura. Su área central comenzó a perfilarse como un gran centro burgués, y la urbanización avanzaba también por sus flancos, en dirección a los viejos suburbios fabriles de la llanura, con un carácter más popular e industrial. 

La Exposición Universal de 1888 puso de manifiesto en Europa y en el mundo la pujanza de Barcelona, capital de una nación catalana renaciente, e impulsó la búsqueda de un nuevo lenguaje artístico y de representación urbana. Ahí radica el éxito del modernismo catalán, muy presente en el corazón del Eixample, y de la obra de un arquitecto tan singular como fue Antoni Gaudí.

El modernismo y la cultura catalana

El modernismo catalán emparienta con el movimiento conocido como Sezession, Liberty, Jugendstil o art nouveau. Sin embargo, a diferencia de estos movimientos, el modernismo catalán tenía una ambición que no se limitaba a la renovación estética: era la expresión de un deseo de modernización y resurgimiento cultural de Cataluña, alimentado por el dinamismo de su capital, Barcelona. Por dicho motivo, el modernismo catalán fue más allá de la arquitectura y las artes plásticas, y también desempeñó un papel muy importante en la lengua, la literatura y la música.

Mientras que la principal característica del art nouveau en sus diferentes modalidades y denominaciones fue la voluntad de crear un estilo arquitectónico e internacional, reflejo de la cultura cosmopolita fin-de-siècle, el movimiento catalán perseguía una nueva síntesis entre las tradiciones y la modernidad más radical.

El espíritu cosmopolita del art nouveau se traduce en Cataluña en una idea general de modernidad arraigada, en la ambición de proyectar el país hacia el futuro desde la absorción de sus raíces culturales más profundas.

 

Detalle del Park Güell. Al fondo, la Sala Hipóstila

Detalle del Park Güell. Al fondo, la Sala Hipóstila

Barcelona, la ciudad del modernismo catalán

A partir de la década de 1860, la construcción del Eixample brindó muchas posibilidades profesionales de expresión a los arquitectos barceloneses, y se convirtió en uno de los repertorios urbanos más ricos y completos del continente. A su amplio abanico de arquitectura historicista y ecléctica se sumaron, a finales del siglo, los primeros pasos del modernismo catalán.

 

Fiesta de los automóviles en beneficio del Asilo de Santa Lucia con la asistencia de las infantas”. © Frederic Ballell. Arxivo Fotográfico de Barcelona

“Fiesta de los automóviles en beneficio del Asilo de Santa Lucia con la asistencia de las infantas”.
© Frederic Ballell. Arxivo Fotográfico de Barcelona

 

Cuando, en medio del dominio generalizado por toda Europa de la arquitectura historicista y ecléctica, empiezan a extenderse por Bruselas y por Glasgow las formas del art nouveau, comienza en Barcelona una evolución no menos original. A partir de la Exposición de 1888, los arquitectos más innovadores empezaron a recuperar antiguas técnicas constructivas, como la volta de maó de pla (bóveda tabicada a la catalana) y las viejas artesanías, y también se interesaron por el potencial expresivo del hierro. Muchos de los arquitectos modernistas, como Antoni GaudíLluís Domènech i Montaner i Josep Puig i Cadafalch, iniciaron su carrera en aquel ambiente.

Cuando el art nouveau triunfó definitivamente en la Exposición Internacional de París de 1900 y las formas derivadas de la naturaleza se convirtieron en un nuevo modelo, tanto desde el punto de vista estructural como ornamental, la propuesta encontró un terreno bien abonado en Barcelona. Un grupo importante de arquitectos, entre ellos Enric Sagnier, que en aquel momento tenía mucho éxito en la ciudad, y Jeroni Granell i Manresa, pronto incorporaron las decoraciones naturalistas, pero manteniéndose en el terreno de la arquitectura ecléctica. En cambio, los arquitectos más significativos dentro del modernismo catalán, como Domènech i Montaner o Gaudí, fueron mucho más lejos en su original interpretación del art nouveau a partir de la paradoja según la cual había que ser moderno sin renunciar a la tradición.

 

Detalle de la puerta de la entrada principal del Park Güell

Detalle de la puerta de la entrada principal del Park Güell